"El año pasado, pasé 322 días viajando, lo que significa que tuve que pasar 43 miserables días en mi casa."

Up in the air, 2009

sábado, octubre 30, 2010

Por la ventana se veían los peatones primero, esa mezcla gris de disfraces y sobrenombres, la gente que no parecía tener ningún rumbo, gente que se confunde entre los autos, entrando al café mugriento de la esquina, cruzando el parque hacia la iglesia que muestra su lomo al cuarto de hotel desde donde Fonseca se asoma apenas, como si temiera la mirada de algún conocido. Pero nadie lo observa, nadie se da cuenta de su desnudez raquítica y nadie tampoco sospecha que a sus espaldas una mujer duerme con las marcas de sus manos en todo el cuerpo. En estos momentos el cuarto no le dice nada y su olor a desinfectante lo deprime y esos cuadros absurdos de barquitos al atardecer y la alfombra. Pareciera que la habitación exhala un aliento de historias fallidas y la mujer que duerme se encuentra a la deriva, suspendida en elúltimo minuto de esos sucesos que por más que la limpieza se esmera en esconder, aparecen cuando uno simplemente asoma su rostro por la ventana y se da cuenta que la vida sigue, que hay cena en casa con televisión y noticias del trabajo y el balcón sirve igusal de puerta o de salida de emergencia.

sábado, octubre 23, 2010

Fonseca palpó nuevamente su cuello para buscar los racimos de sus ganglios, el borde dela quijada, el centro de la garganta. La misma inspección mecánica que hace años inició buscando quistes primero en su cara, después en las axilas lampiñas y en las ingles. ´Sintió temor al ver un lunar más oscuro en su brazo izquierdo, pero se tranquilizó poco a poco con la probabilidad y la estadística. Olfateó sus manos con respiraciones profundas buscando aromas de enfermedad,la tez amarillenta de siempreno había modificado en nada su aspecto de paciente crónico: las mismas ojeras en esos ojos profundos que parecían nunca mirar a nada,las mismas mejillas jiotosas de su infancia...todo en orden, ningún forúnculo, ningún problema para contener la orina el tiempo que fuese necesario, la memoria más débil, eso si y el envejecimiento natural que había iniciado hace apenas un par de años pero que avanzaba violentamente hacia su cintura abultada de sedentarimo, hacia la frente más amplia. El espejo no ofrecía pruebas contundentes de deterioro, pero si planteaba incógnitas que junto con la gastritis y el insomnio le hacían ver a Fonseca que el descenso había iniciado, si bien no vertiginoso, sí constante. Por lo demás, la ropa disimulaba bien por momentos el paso del tiempo por ser anacrónica, gris, como las calles que con más pena cada vez transitaba, descubriendo todas aquellas cosas que se negaba a aceptar como molestas cuando más joven las toleraba. Así comenzaba otro día cordial, con menos secretos que esconder, joven anciano a punto de bajar los escalones y abrir la puerta del zaguán cada vez más atemorizante.

miércoles, octubre 20, 2010

Estoy frente al mar, aunque dicen que hay marea roja, aunque yo solo lo noto por los ojos irritados y un ardor de garganta distinto al habitual. Recibí la noticia de tu muerte apenas hace una hora y prevalece un sentimiento ajeno, como de llorar a marchas forzadas. Me provoca un poco de risa verme llorando, pero a partir de esa llamada se han ido acumulando pensamientos en la cabeza que no han querido salir y que comienzan a enredarse para que no los desaloje. Todo da vueltas en este mareo de alquitrán que te pone frente a mí tan vivo, haciendo planes, comprando ropa. Y vienen recuerdos anticipados, reacciones secundarias: qué vamos a hacer con tus cosas, cómo se van a acomodar los domingos que siguen,los cumpleaños. Y todo el mar es gris y no me parece tan grande. Debo regresar para buscar en tus cajones...La idea de regresar es la que no encaja en esta escena, ¿quédebo decir?, ¿cuáles son las palabras adecuadas? No me parece justo hundirme en esta tristeza meridional, pero no puedo hacer nada de momento. El tiempo lo alivia todo, me dirán. Más bien lo oculta, lo traslada a otro lugar. A un lugar que se deja de transitar pero que no desaparece, una calle que se evita pero que sigue llena de gente, gente gris, callada, tibia como la muerte.

sábado, octubre 16, 2010

Algunos dijeron que no transcurrió mucho tiempo desde que sonaron las sirenas hasta que la camioneta blanca con sus restos inició su recorrido hacia una noche que no termina aún. Tiempo de más para que los cuartos dejaran cualquier rastro inservible: las frutas recientes en la mesa limpia, las sábanas en un desorden lógico,con el peso de la ausencia en el colchón cada vez más frío, las pisadas de gente extraña en el piso apenas limpio, los cajones cicatrizando. Hasta el día de hoy no se tiene un estimado de las pérdidas y lo que se sabe es que la policía permitió que la prensa llegara hasta el cuerpo inerte, a decir de aquél periódico que mostraba a un hombre desnudo en el piso del cuarto de baño, con los ojos entre abiertos y las manos cruzadas. Del resto de los cuartos no se habló nada; no se dijo que faltaban discos en los estantes, monedas, ropa...no se mencionó tampoco que dos hombres bajaron el cadáver los dos pisos que lo separaban de la calle,como si bajaran una ternera, sin recato, dejando tirados en cada escalón los secretos, las memorias. Era cuestión de hacer unas llamadas solamente para que iniciará el ciclo infinito de muertes, porque hasta que alguien lo menciona es que uno existe, es que uno deja de existir. Los demás por lo pronto seguían su vida de vivos, planchando su ropa, buscando comida, durmiendo de la forma tan razonable que uno duerme cuando no sospecha nada. Hasta que el timbrazo del teléfono rompe esa rutina y provoca que se cierren los libros, que se cambie de página, que se instale feroz el olor a metálico,el movimiento intestinal y el pánico ante cualquier llamada mínimamente sospechosa.

jueves, octubre 14, 2010

El velo de la calma que te invadió ál llegar al sueñoes ahora una trampa de arena. Por las rendijas de las ventanas se cuelan los pasos de los vecinos que en unas horas llamarán pidiendo ayuda en esta noche de cristales rotos, de fruta podrida. Lo que alcanzas a retener se coagula y los sonidos clavan sus uñas en las paredes, porque se escucha la noche, se escuchan sus infinitas voces, esas peculiares texturas que permiten rconocer cuando es de noche en un cuarto cerrado,propicio para tu anonimato. Solo alcanzas a ver a una de tus manos que te pide que despiertes de ese sueño químico que te lleva a parajes oscuros, a montañas aterradoras. Una gota habla apenas, una gota mínima, abres los ojos con pesar y el líquido parece que inunda tus visceras. La gota cae de nuevo, estás sola sin esperarlo. Las nauseas aparecen mientras te incorporas para de inmediato sentirte extraña, fuera de casa. Tus manos tiemblan, tiemblan tus labios, las gotas se multiplican y su lejanía se aproxima al lado tuyo, a ese sueño enfermo que te agarra los tobillos, hasta que la realidad como bofetada te dice que es demasiado tarde, que él no respira más, que él respiró el monóxido necesario para que tu vivieras.

miércoles, octubre 13, 2010

Sintió como pasaban los minutos en una agonía lenta mientras en la geometría rígida del cuarto una lámina oscura impedía el paso del aire. Los destellos de las escenas transcurridas en el día acribillaban su hígado, avanzaban en un río de acidez, de la boca seca a la garganta, a la boca del estómago, a la revoltura previa al desenlace del flato que no aliviaba nada. La cama se llenaba de zurcos y en su trayectoria la promesa de sueños buenos se liquidaba y la ventana se espesaba con el paso de los autos que en la noche siempre parecen tripulados de malas noticias. En el anaquel se habían quedado el vaso vacío, las piezas dentales que sustituyeron su sonrisa original ya tan remota. Lo que latía fuerte, más allá de la sien y del tráfico de imágenes, era un río de palabras con olor a rancio que se aferraba a sus uñas y le dejaba la boca pastosa,confudiendo este síntoma de la escritura con algo parecido a la rinitis alérgica y al insomnio másdescarado.