"El año pasado, pasé 322 días viajando, lo que significa que tuve que pasar 43 miserables días en mi casa."

Up in the air, 2009

sábado, enero 30, 2016

La Mandrágora de H.H. Ewers.







La Mandrágora es un ser, un alguno con alma o ánima propia, producto de la cópula del ser humano con la tierra. En el caso de  la novela de Hanns Heinz Ewers, este ser inanimado es producto de la fertilización de la tierra con el semen que un ahorcado deshecha justo antes de morir. El resultado es ese hombrecillo vegetal que parece retorcerse permanentemente. Tubérculo fibroso que extiende sus brazos inmóvil, como tratando de gritar siempre con sus facciones de humano arcaico.





A partir de estos elementos, H. H. Ewers construye una novela fantástica, que anticipa la discusión actual acerca de la eugenesia y la inseminación artificial, sin ser este su tema; más bien como la  estructura que se quiere científica para resaltar el gran asunto vertido: la naturaleza del mal en el ser humano. Porque no hay personaje que se salve en este relato oscuro, porque ni siquiera la búsqueda del conocimiento justifica el dominio de los instintos sobre el ser humano.  Mandrágora  es Alraune, producto del semen de un ahorcado inoculado a una prostituta. Alraune no es responsable de las desgracias que la rodean, más bien las provoca desde su infancia y hasta convertirse en una mujer que lo mismo atrae a hombres que a mujeres. Los otros personajes transcurren como fantasmas, a las orillas de la criatura, como protegidos en un manto frío, atemorizados porque asisten al inicio de una superstición. 

Es el amor, o lo que pueda así denominarse, lo que por fin deteriora el universo de Alraune. Al descubrir su origen, al descubrirse, inicia su deterioro. Es el amor por su autor intelectual lo que despierta sus instintos sanguinarios, es esa violencia la que la terminará destruyendo, en una muerte ridícula, burda, muy poco épica para la Mandrágora  aterradora que durante la historia fue creciendo.

Alraune es un moderno Prometeo también, igual al de Mary Shelley, de naturaleza más vital porque es fecundada, no ensamblada como un rompecabezas; ser mitológico producto no de la sed de conocimiento, sino de la necesidad de satisfacción, la misma que cualquiera siente cuando escarba una herida, la misma pulsación que nos da asistir a lo grotesco.