"El año pasado, pasé 322 días viajando, lo que significa que tuve que pasar 43 miserables días en mi casa."

Up in the air, 2009

sábado, febrero 13, 2016

El Ritual y su injusto olvido





Cuentan que hace más de cuarenta años, existió un grupo de rock mexicano con propuesta, técnica, creatividad. Cuentan que ese grupo venía de Tijuana, quizá el lugar con las propuestas más robustas y más poco valoradas en el resto del país, tan centralizado en el mundillo del rock. El Ritual, ese grupo de voz potentísima, de síncopas y jazzeos que lo aproximan al rock progresivo del King Crimson de Larks´ tongues in aspic o a la psicodelia inglesa que por ese entonces también salía a la luz. Cuentan que su disco único fue borrado de las listas, muy a pesar de su arranque demoledor, su nivel de composición difícil de encontrar incluso ahora, en este tiempo de decadencia musical en esa área, abarrotada de fusiones confusas, de propuestas que sacrifican la calidad por la propaganda, de baladas blandengues para éxtasis de los que se creen enamorados. Al despegue de Satanás, le sigue Peregrinación satánica, con su interludio de jazz y Groupie, canción con un sonido tan latino (cualquier cosa que esto signifique) como el que en ese ya lejano año, se escuchaba en el Abraxas de Santana. Easy Woman es stoner del que ahora se da en cualquier lugar, pero que en ese entonces pasaba casi desapercibido. Y así, el disco avanza hasta su cierre brillante con esas dos joyas: Bajo el sol y frente a Dios y Conspiración. De no creerse para los estándares tan bajos a los que el rock de estas latitudes nos tiene acostumbrados. Hoy son grupos de culto aquellos que hace treinta años sonaban igual de mal que hoy, propuestas que acabaron por envejecer de manera poco elegante, con el único valor de la perseverancia, rasgo que terminó también por hacerlas anacrónicas. Cuenta la leyenda que El Ritual sigue pasando desapercibido, a pesar de ser, sin ninguna duda, uno de los puntos más altos del rock hecho en México.   

lunes, febrero 08, 2016

La fantástica realidad de Bioy Casares







A veces uno se tropieza con algo que venía madurando no sé sabe dónde, no sé tiene certeza cómo, pero ese algo alivia, reconforta o hace que justifiquemos lo vivido. Algo que hace que encajen las piezas de un rompecabezas que ni siquiera pretendíamos armar, pero que estaba ahí, en algún lugar de nuestras emociones, del argumento de nuestra vida. Lo fantástico se inserta ahí, en esa lógica donde conviven los sueños y los presentimientos. Porque lo fantástico estremece en la medida de que se justifica. En ese universo delimitado por la realidad, pero amplificado en la imaginación; en ese país de recuerdos y fantasmas, lo fantástico se nutre en su propia lógica, en su vida de ilusiones más que de alucinaciones. Bioy Casares huye de la figura y construye en un plano sólido, abonado con la vida diaria, sus historias entre líneas. Así los sueños encarnan a sus personajes, así los fantasmas no se mueven en lo etéreo, más bien regresan a confirmar la imposibilidad del amor: esa fantasía que produce espejismos que parece que caminan con más seguridad que los hechos consumados.  Los cuentos fantásticos de Bioy Casares nos dejan desprotegidos porque se dirigen a los rincones más inobjetables de nuestros sueños: a las coincidencias que nos persiguen, a las pesadillas que nuestra propia realidad nos provoca, a los mecanismos a través de los cuáles viajan las emociones. Son los actos inexplicables, aquellos que nacen de nosotros mismos, los que nos inundan de preguntas. Actos sencillos, justificados, historias de rostros que se mimetizan en facciones conocidas y que se apoderan por tanto de nuestros recuerdos. Narraciones de causalidades, estos cuentos –como el mismo autor lo dice- requieren la voluntad del lector de asumir que lo que se ve no es ni de lejos todo lo que existe.