"El año pasado, pasé 322 días viajando, lo que significa que tuve que pasar 43 miserables días en mi casa."

Up in the air, 2009

miércoles, febrero 15, 2017

Los puentes de Madison




Manifestando desde el inicio mi fanatismo por todo lo que se refiera a Clint Eastwood, especialmente en la etapa en la que se incluye esta película, procedo a dar mis mejores argumentos para resaltar un cine clásico, del último de los clásicos; cine sin pretensiones, sin contrapuntos, sin contratiempos; cine del más valioso o al menos, del que más me conmueve. Y sí, está bien la experimentación y el ambiente psicotrópico, o la provocación abierta con todas las posibilidades del sexo, pero aquí tenemos cine de la vieja escuela, así sin más. Y pero aun, se trata de una película de amor, cualquier cosa que esta palabra signifique.

El interés radica en los personajes. Y no me refiero a los protagónicos, inmejorables, por cierto, si no a los que no aparecen en los créditos: las cenizas de Francesca Johnson (Meryl Streep) y Robert Kincaid (el propio Clint Eastwood) y los puentes que le dan título a la historia. Porque todo arranca a partir de las cenizas y desemboca con ellas mismas, las cenizas como significado de la última voluntad y de la incertidumbre. Entre poemas de Yeats, canciones de jazz y blues y pueblos retrógradas, transcurre la historia condensada en cuatro días de estos solitarios, cada cual a su manera, de estos dos seres complicados ubicados en universos completamente diferentes uno del otro. Son los puentes, los otros protagonistas: esas sobrias construcciones de madera, viejas desde entonces a nuestros ojos, marcadas por el paso del tiempo con evidencias de quienes por ahí cruzaron. Las cenizas y los puentes dejan en un lugar terciario a los otros protagonistas: esposos y esposas, hijos, gente del pueblo, los cuales son utilizados como argumento que justifica el hilo argumental y le da soporte al secreto que abona la tierra suficiente para que el espectador quede convencido de la premisa presentada: el tiempo es relativo y la felicidad se presenta por ráfagas que no necesariamente tienen que ver con la vida cotidiana. "A mi familia le entregué mi vida, a Robert le quiero entregar lo que queda de mí", dice Francesca al final de sus diarios y de la propia película. Esta decisión le otorga la trascendencia que según ella merecía su pequeña vida vivida en cuatro días, distinguiéndola de aquella vida predecible a la cual entregó cada uno de sus años. 

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