"El año pasado, pasé 322 días viajando, lo que significa que tuve que pasar 43 miserables días en mi casa."

Up in the air, 2009

sábado, enero 28, 2017

The Correspondence, de Giuseppe Tornatore




Giuseppe Tornatore nos lanza a la cara una obra de madurez repleta de símbolos para narrar la historia de un amor que no encaja en el prototipo y que por lo tanto es merecedor de novelarlo o, en este caso, de hacerlo película. La historia de Amy y de Ed, nombres de pocas letras; detalle que pareciera intrascendente, pero que resulta significativo en una narración que se sostiene más que por las acciones, por las palabras, sobre todo las palabras escritas.
El inicio en primer plano, único momento en el que los dos amantes compartirán escena. La elegancia de Tornatore desde ese arranque, dejando inmóvil la cámara para que transcurran escenas llenas de significados, nos involucran de inmediato con la trama y con los personajes.
Los símbolos se transmutan en pistas, en indicios: un perro que observa a Amy con una tristeza infinita, quizá sintiendo una muerte lejana, el temblor de una hoja de liquidámbar en una ventana, sin ninguna corriente de aire que lo provoque, la propia forma de ganarse la vida de los dos involucrados, el infinito por un lado, a través de la ciencia y por otro lado, el desafío a la muerte. El infinito, la partícula de dios, los agujeros negros, son utilizados también como la idea que amortiguará la idea limitada de eternidad al alcance del ser humano.
Los personajes secundarios se presentan como sustento de la historia de los personajes principales, por eso nos interesa su aparición, son parte del rastro que deja la explosión de esa supernova utilizada como la imagen más poética de la muerte, del infinito y de la ausencia definitiva. El ritmo mesurado de los acontecimientos, la construcción de las secuencias en un tiempo lineal, a contratiempo de los mensajes recibidos, utilizados como narraciones paralelas que nos sirven para construir los últimos días de Ed, la fotografía lánguida, serena, las palabras maduras, la economía del lenguaje, son daos que nos permiten entrar en el universo de un director maduro, sabedor de lo que ha aportado al mundo del cine y de las artes.
Algunas de las estrellas cuya luz recibimos en este momento, han muerto hace millones de años. Esa es la existencia de la que habla Ed, la que persigue con toda su inteligencia y que, como simple mortal, reconoce limitada. Por más empeño que se ponga, llega un momento en el que todo se acaba, en el que todo se escapa de las manos. A partir de su muerte, Ed llena de significados las cosas que no volverá a ver, en el afán de sobrevivir un tiempo más, tan solo para facilitarle el trance a Amy. ¿No es el objetivo del arte en su totalidad? Dejar una evidencia de nuestro paso por la tierra, diluirnos lo más lentamente posible.
La marca de la pluma que utiliza Ed para escribir, los videos, los mensajes, los envío posfechados, todo nos dice que dialogamos con algo que ya no existe. Algo que seguirá iluminando con su reflejo, aun sin tener conciencia de ello, pero que finalmente se extinguirá.
En el video final Ed se encuentra de espaldas. Solo trata de decir que se revierte hacia la nada, agotadas ya las formas de continuar con esa vida imaginaria que nos obliga a meditar ¿existe lo que transcurre en un mundo virtual? Es la actualización de algunas de las preguntas recurrentes del ser humano: ¿de qué materia están hechos los sueños? ¿existo porque alguien me recuerda? ¿podemos acceder a la inmortalidad? Tornatore responde en las palabras de despedida de Ed: “el hombre nace con la capacidad de ser inmortal, sin embargo, comete un error, un solo error en su vida, que hace que pierda ese don”. Conocer cuál es ese error, es la máxima fortuna a la que puede aspirar el ser humano.







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