El lejano cielo de las horas
inflamadas de luz naranja
me absorve ahora
en la placidez del letargo
Ayer nos quejamos
y en la orilla de un río
las piedras redondas
dejaron de ser guijarros
El estruendo fue un murmullo
entre dos combatientes
aferrados a la tierra prometida
Mínimos
reducidos al destello
pudimos sentir
un racimo de caballos
galopando en nuestras venas
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