"El año pasado, pasé 322 días viajando, lo que significa que tuve que pasar 43 miserables días en mi casa."

Up in the air, 2009

miércoles, julio 24, 2024

Elvira Sastre

 


A Elvira Sastre llegué por una serie de vasos comunicantes que iniciaba en la  Movida española de los ochentas, pasaba por Joaquín Sabina (que siempre se desmarco de esta generación musical) y llegaba estrictamente al aspecto literario a través de los poetas de la llamada Poesía de la experiencia, cualquier cosa que signifique esto, y que esencialmente trataba de recuperar el lenguaje sencillo en estructuras complejas y clásicas, lo que generaba obras cercanas al público menos allegado a la poesía,  poetas esencialmente deudores de Ángel González y de Gil de Biedma. Uno de ellos, Luis García Montero, me llevo a escritores de otra generación, poetas de mi edad, que curiosamente, frecuentaban o eran amigos de Sabina: Benjamín Prado había colaborado con el de Úbeda desde sus discos iniciales, en alguna canción de las más entrañables para mí (Cuando aprieta el frío) y tiempo después en todo el proceso creativo de Vinagre y Rosas.  Elvira Sastre le debe mucho a Benjamín Prado y lo confiesa sin restricciones. 

Elvira transita el complicado camino de la simplicidad, en la dificultad de la sencillez. De ahí las voces que desconfían de su poesía, como si el hecho de tener la capacidad de encontrar las palabras que aniden de forma inmediata en la gente sea un motivo de cuestionamiento. La claridad requiere valentía para no enmascarar las palabras en figuras retóricas o en bisutería. Lejos de la hermeticidad, Elvira sanar con sus versos muchas heridas habituales, de ahí su rápido reconocimiento entre un público que la sigue como a una Rock Star, llenando los auditorios donde se presenta para defender su poesía, en situaciones inéditas para nuestras generaciones que viven alejadas de la oralidad, sumergidas en mensajes de texto que requieren emociones prefabricadas para expresar los sentimientos. Ahí es donde encajan sus versos, en la falta que nos hace leer lo que sabemos que nos conmueve pero no sabemos expresarlo. Los libros de Elvira Sastre resultan así una especie de bálsamo. A sus treinta y dos años es un triunfo que bien se merece.




 

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