"El año pasado, pasé 322 días viajando, lo que significa que tuve que pasar 43 miserables días en mi casa."

Up in the air, 2009

domingo, mayo 24, 2020

LUIS EDUARDO AUTE







A Luis Eduardo Aute lo conocí desde niño sin saber la magnitud de artista que era. Es de esos casos en los que se escucha una canción y se queda instalada de inmediato en el subconsciente, sin saber siquiera quién es el autor. En mi juventud rabiosa de versos fallidos, escuchar Anda o Volver a verte, afianzaba mi inseguridad en las palabras: envidiaba la sencillez de producir emociones con palabras tan precisas. En esas canciones no sobraba, no sobra una sola palabra. Volvía a mis cuadernos a tachar versos, a lamentar mi incapacidad de hilar párrafos sanos, vigorosos, construidos con solo palabras justas.


Llegué a él  más por la infinidad de versiones y homenajes  que por su propias interpretaciones. Hasta que tuve la suerte de verlo en vivo. Entendí al autor que interpreta su propia obra, entendí sus entonaciones, la modulación de su voz tierna, que utilizaba como un pincel. Voz que acariciaba cada palabra que emitía, que ocultaba la gran timidez del cantor que entre canción y canción dejaba ver a un ser humano de gran lucidez y sentido del humor, de ese humor inteligente que es el que se queda incrustado en la mente. 

Nadie podía odiar a Aute, leí en un artículo que apareció un día después de su muerte. No se puede odiar a un ser humano universal, en el sentido más riguroso de la palabra: pintor, escultor, poeta, cantante, cineasta, músico.  Solitario también, discreto en su inteligencia, sabio, alejado de las redes que todo lo enredan, moderado, con la virtud de los viciosos de vino, de mujeres, de literatura. 

El 5 de abril desperté con la noticia de que Luis Eduardo había muerto el día anterior, después de una larga enfermedad que detuvo todos los proyectos que lo mantenían vivo. Desde que supe de su convalecencia sabía que no merecía estar mucho tiempo atado a camas de hospital. Aun así, me sobrevino un llanto legítimo, como cuando perdemos a un amigo cercano, más cercano que la gran mayoría de las personas que circulan por nuestras vidas.

Nos vemos en Vailima. Vivamos entre libros y acuarelas, en una película de Truffaut en blanco y negro. Viajemos a Albanta:


Yo sé que allí,
allí donde tú dices,
vuelan las alas del agua
como palomas de escarcha
y el mar no es azul
sino vuelo de tu imaginación
en Albanta.
Yo sé que allí,
allí donde tú dices,
las nubes callan palabras
y el cielo no dice nada
y el sol es un sol
transparente como tu corazón
en Albanta.

Yo sé que allí,
allí donde tú dices,
las ciencias no son exactas
porque es eterna la infancia
y el fin no es el fin
porque no acaba lo que no empezó
en Albanta.
Yo sé que allí,
allí donde tu dices,
no existen hombres que mandan,
porque no existen fantasmas
y amar es la flor
más perfecta que crece en tu jardín
en Albanta.


Nos vemos allá, Luis Eduardo.






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