"El año pasado, pasé 322 días viajando, lo que significa que tuve que pasar 43 miserables días en mi casa."

Up in the air, 2009

viernes, mayo 15, 2020

Ensayo de novela






Así comienza todo, sin saber exactamente el principio, sin saber si se está viviendo el final o el inicio de algo. Como cuando se entra a una sala de cine cuando la película ya ha iniciado y no se sabe si está a punto de terminar, si transcurre la mitad del metraje o si apenas apagaron las luces. Así empiezan la mayoría de las cosas. O será que no hay principios y desde que nacemos hay un continuo fluir del tiempo que da vueltas y se encarga de desconcentrarnos intencionalmente. A veces pienso que llegué a la mitad de la película, cuando ya estaban perfilados todos los personajes, cuando la heroína había encontrado ya el amor de su vida, el nudo narrativo se había descifrado y la trama estaba resuelta. Entonces irrumpe el extraño, el personaje que no encaja en el hilo dramático y deja al espectador desconcertado, tratando de justificar la presencia de ese inoportuno.

¿Por qué me encuentra usted aquí, rodeado de estos objetos acumulados, en un cuarto ennegrecido, sin luz, sin espejos? Verá usted, amigo mío, le confesaré que no ha sido ni casual ni desinteresado nuestro encuentro; es un último recurso, dígale así si lo prefiere. Me dirá que desaparecí prácticamente de la vida cotidiana hace ya mucho tiempo y tendrá razón en decirlo. Sin embargo, me quedan algunos rastros de lo que tuve, de aquello que fui yo hace no demasiado tiempo. Usted es uno de esos rastros que me hacen creer que tuve algo, que hubo gente que me quiso sin otro afán que quererme y a la que yo quise sin otra finalidad que quererla. Usted se encuentra en ese sitio, tal vez no muy digno, pero sí verdadero.

Y a eso recurro. A usted lo necesito en este momento. No espere ninguna historia extraordinaria, no. Las cosas que nos suceden se magnifican cuando las miramos con los ojos bondadosos del tiempo transcurrido. No tengo excepciones que ofrecerle: yo caí en un lugar común, en el cliché, en lo que de tan manoseado, nos parece inconcebible. Si fuera algo extraordinario, sería explicable que escribiera sobre ello. Se trata de un caso típico de amor, así con cada una de sus letras. ¿Hay algo menos prototípico?

Por lo que puede ver, pareciera que todo está bajo control y que puedo decirle con tranquilidad lo que me sucede, articulando palabras sin emoción aparente. No era así antes, no. El tiempo, usted sabe, el tiempo. Soy uno de esos hombres anacrónicos que piensan que nada existe hasta que se le nombra. Así las calles, las plantas, los animales, las personas. Se trata de encontrar el nombre real, que no necesariamente coincide con el que asumimos. Un hombre de palabras, no un hombre de palabra.

Las personas nombran arbitrariamente a sus hijos, sin conocerlos. Algunas veces el nombre elegido coincide con el nombre real, la mayoría de las veces no. Así, los padres que nombran Armando a su hijo , no saben que en virtud de ese nombre, condenan al recién nacido a ser toda su vida un gerundio, una forma verbal de acción no concluida. El nombre real es otra cosa y lo encuentran solo los que se aproximan al ánima, a lo que hace diferente a uno.

¿De qué manera alguien condenado a ser un verbo, una forma no personal del verbo, que expresa duración permanente, acción sin concretarse, puede encontrar de pronto alguien a quien nombrar?

Mirando ahora a la distancia, pienso en esa especie de juego para demostrar quién quería más al otro. Las contadas veces que he querido, lo he hecho mal. Pero esta vez quise mucho. Y mal también. Recuerdo haber escuchado en alguna canción: los hombres quieren más, las mujeres quieren mejor. Ella me quiso mejor, con mayor libertad, con más alegría. No encuentro otra explicación que mi necedad por explicarlo todo, por contaminar con mi cerebro todos los asuntos del corazón. Lo irónico de esto es que no la quise de forma inteligente, no supe entender que una buena parte de lo nuestro se sostenía en la distancia.

Debí darme cuenta con los primeros signos, con el continuo deterioro de mi memoria, con la drástica reducción de mis horas de sueño y el alejamiento de todo y de todos. Fue perder una por una todas las amistades y compañías hasta llegar a un estado de ensimismamiento radical, donde solo existíamos yo y mis palabras. A todas mis adicciones, sumé la adicción a la soledad.

La vida está llena de ciclos, por más que se niegue, ciclos que no cerramos por nuestra cuenta si no que se cierran sin que intervengamos, como cuando se nos cierra la puerta de la casa. Es un regreso continuo al punto de partida sin saber si se concluyó o no. Ese sinsentido, ese disparate es lo que hace tan atractivo no claudicar.

Ahora ve usted a qué se ha reducido mi vida y todos sus avatares, a este cuarto húmedo, a estas cajas. Pero no sienta lástima; la vida siempre se encarga de resumirlo todo para dejar lo valioso en cajitas donde caben años y años de viajes, de logros, de fracasos. El tiempo se encarga de destilar nuestros años, para dejar únicamente un licor que puede caber en una sola botella. Este cuarto es ese licor.


2

A la muerte la llevamos desde que nacemos. En el órgano que con el paso del tiempo mostrará su deterioro, en la misma estructura que nos sostiene, incubándose en nuestros pensamientos, tejiendo suavemente su red en nuestras arterias. Contar con un periodo estimado de vida, contra lo que pudiera creerse, es una fuente benéfica de certeza. Puedes prescindir de los planes a largo plazo, puedes ordenar tu desorden. Si la soledad te permite también las lamentables escenas de conmiseración y los llantos reprimidos, las ventajas se multiplican.

Morir solo es un acto de dignidad, simplemente desaparecer, sin dejar rastro en la medida de lo posible, cerrando tus cuentas pendientes, al corriente del pago de tus impuestos; morir en perfecto estado y seguir vivo hasta que alguien pregunte ¿dónde estará ese sujeto? Y empezar a morir en el momento en el que alguien se da cuenta que faltas, para lo cual pueden pasar días, meses, años.

Parecía repetir el mismo camino de mi padre, esa anomalía que me persiguió toda la vida, esa violencia desmedida que parecía dirigirse a lugares impenetrables. Sin embargo, siento que sin saber, estoy ya en esos sitios, esos infiernos cotidianos que él exploraba con tan poco tino y que lo llevaron a su muerte, a su muerte lenta y prematura, a dejar tras de sí un cadáver incompleto, miserable, mutilado, sin piernas, sin ojos, sin dientes.

Habrás escuchado referencias del destino, de aquella mariposa que si mueve sus alas en este barrio, puede ocasionar un terremoto en alguna ciudad lejana, todo por la conjunción de causas y efectos. De ser así, mi vida, la vida de ella también, las dos vidas formarían parte de un juego perverso de las casualidades. Si mi vida fue así y la de ella de ese modo, fue para que a final de cuentas nos conociéramos. Todas las personas que pasaron por mi historia no sabían que estaban tejiendo una trama para que finalmente yo llegara a ella.

El café que tomé en alguna mañana con alguien, los besos que di, los supuestos enamoramientos, las guerras fratricidas que libre en el transcurso de los años, todo, todo eso estaba preparando las condiciones para llegar hasta ella. Era un caldo de cultivo en donde desfilaron amores que me inventaba, cascarones,  sentimientos eternos con fecha de caducidad. Todo era fertilizar el terreno para llegar a ella, ella. Dirás que no es para tanto. Te contaré como es ella, como es para mis ojos, para mis manos, para mi mente.

Ella fue inevitable, desde la primera vez. No entiendo porque usted se ríe de esa manera. Desde aquella primera vez, alejada absolutamente, desde esa vez, sentí algo por ella. Solo puedo explicarlo con lugares comunes y frases hechas. Apenas unos segundos, casi sin importancia, pero ella estaba ahí, recuerdo perfectamente dónde, ahí, en el punto exacto donde convergían todas las historias previas.

Y era inevitable igual llegar a este punto, sin consumar nada, intacto desde que empezó. A la contra estaba todo, el tiempo más que otra cosa, pero lo que tiraba al lado contrario es una lista amplia de tristeza, de circunstancias que hicieron que nunca terminara de empezar y que nunca acabara por terminar. El limbo terrible de la duda, de actuar como novios de novela de kiosko y no llegar a más. Sin futuro desde el principio, estábamos condenados a ser un breve presente.

Lo ve usted, amigo mío. Todo se resume en lo siguiente: amo a una mujer que simplemente me quiere y no he podido amar a las personas que me han amado. Eso lo explica todo. Hablo de amar con arrebato, sin que nada ni nadie más importe, hablo de ese amor que se siente en los huesos; no el cariño que se comparte y que trae solamente satisfacciones, certeza, estabilidad. Hablo del amor que todo lo llena, que no requiere buscar más porque todo lo tiene. Finalmente acepto mi equivocación, el amor existe, sí., pero no está en lo cotidiano. Para existir se evapora, no se puede amar teniendo los pies en el suelo.


Nadie decide cuando algo se termina. Las cosas entre dos no se terminan, más bien se abandonan. Un día despiertas al lado de alguien, no importan los años transcurridos en su compañía, y te das cuenta que todo ha terminado. ¿Dónde quedó todo lo maravilloso? ¿A dónde se fueron todos esos prodigios que te hechizaron y que ahora no solo los ves con indiferencia, algunos incluso con desagrado?

Paz, se dice quizá. Es momento de empezar a cerrar las ventanas, revisar que no queden rastros que no sirvan ya, cubrir los muebles, salir a flote, a las calles de nuevo, esas calles más hogar desde ese momento. Paz, palabra sencilla, qué poco me has dado después de tanto tiempo. Solo dejando de lado lo que nos obsesiona, podemos darnos cuenta que la vida sigue su curso, amigo mío. He abandonado casi todo y apenas me he quedado con lo esencial, como un franciscano. Con el paso del tiempo me he dando cuenta que la felicidad no existe: apenas encontramos unos cuantos momentos brillantes que valen más que la mayoría de la vida transcurrida.


¿Entiende usted mi gran capacidad de abandono? Desde siempre he manifestado una gran habilidad de pérdida: las llaves, las credenciales, las tarjetas bancarias. También he perdido personas, casi como extravío mis anteojos y mis calcetines permanentemente impares.

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