"El año pasado, pasé 322 días viajando, lo que significa que tuve que pasar 43 miserables días en mi casa."

Up in the air, 2009

miércoles, septiembre 03, 2014

Diego Vasallo


 
 
No recuerdo el momento preciso en el que empecé a escuchar rock en español, sé que fue hace tiempo ya, en la casa materna, exactamente en una  grabadora que hoy parece un objeto de museo. Cintas de pésima calidad que conseguía en el tianguis del Chopo, algunas todavía rondando por aquella casa como objetos extraviados, como fantasmas. Sonaba Duncan Dhu una de esas noches y al final del lado B escuché una frase que desde entonces conservo en la memoria: "toda tu risa en el fondo del mar", decía, recitaba más que cantar una voz delicada, diferente a la habitual de Mikel Erentxun. El recurso literario me hizo imaginar de inmediato infinidad de cosas, lírica sencilla, pero que remite a las profundidades. Era Diego Vasallo, el escritor que he seguido desde entonces, con sus cenizas blancas al amanecer ("quizás algo murió en el último bar"), con su dramatismo amplio, sin artificios, sincero. Como se dejan las cosas que se quieren, dejé de escuchar a Duncan Dhu mucho tiempo; como se regresa siempre a las cosas que se quieren, volví a escuchar de nuevo, ahora con mejor fidelidad, todos esos discos de entonces, todas esas canciones. Y entonces conocí en verdad a un Diego que ya sospechaba desde muchos años atrás: un músico que no sólo compone letras, un ser insatisfecho, gris, que se dedicó a la pintura y que ha editado un par de libros de poesía, además de una serie discos ya en solitario, que no tienen desperdicio. Una por una escuche sus canciones nuevas, una por una iban dejando imágenes abstractas, eficaces. La alegría desafiante de Criaturas, con sus islas, sus caimanes, sus canciones que no hablan de amor..."un pescador de luna al mirar quiso pintar a mi mujer...isla de abril, sonríe el tarot sobre el mantel" , sus Canciones de amor desafinado, sus ascensores al cielo, su desesperación reflejada en el tiempo que pasa vacío, sin dejar nada a su paso, sobrio, canciones para escuchar de noche "como cuando estás perdido en cientos de ciudades", buscando una imagen difusa en bares solitarios, fríos, canciones contradictorias, ("acuérdate de mí cuando me olvides y abrázame otra vez cuando me odies..."), palabras resecas, sin adornos, con murmullos, con quejas airadas ("hay tantas maneras de ensuciarte la vida...hay caminos rectos pero son aburridos."), collares de lunas, gatos, muchos ojos, derrotas, pérdidas ("todas mis canciones están hechas, del miedo a perderte"), amor en ausencia, infértil.
 
Desde las Polaroids casi ingenuas de su Cabaret Pop, hasta la voz madura, de vodevil, austera, minimalista de Los abismos cotidianos con su cinismo, sus personajes enfermizos, sus "rosas que arden" sus "gatos colgados de la piel de la luna", "la madrugada con su uniforme de enfermera planchado y recetas caducadas para ser feliz y una ambulancia con un techo de estrellas para dormir", sus "espantapájaros locos gritándole al viento", sus fantasmas, sus verdades rotundas, frías, su desazón porque "la vida mata"; para finalmente asumir la soledad y el sin sentido de la vida en La máquina del mundo donde murmura apenas frases (versos) desahuciados, en letanías demoledoras de "noches de espanto y de resaca...noches en que lloras en retretes sin ventanas ni azulejos...noches de llamadas angustiadas a casas vacías que reclaman la presencia de otro cuerpo con el que compartir tu cobardía..."
 
La poesía que no cabe en los poemas, esa que parece tan sencilla y a la que se accede después de recorrer esos abismos cotidianos. Esa que tan bien describe Diego Vasallo en sus canciones (poemas):
 
 
La poesía de una madre que grita en un balcón llamando a sus hijos a la cena.
La poesía de una radio que suena al otro lado de una ventana apenas entreabierta. 
La poesía de un autobús que remonta la avenida lleno de gente ensimismada.
La poesía de un charco agostado entre las piedras.
Toda esta poesía que nunca cabe en un poema.
La poesía de un televisor con el volumen silenciado mientras suena música y los cuerpos se enajenan.
La poesía de un perro que se estira bostezando en una alfombra.
La poesía de una calle, a media tarde, en cuyo extremo hay un boquete de luz que se proyecta sobre el mar, atravesado por los tumbos de un borracho.
Toda esta poesía que nunca cabe en un poema.
La poesía de una mujer que se levanta de la cama buscando a tientas el sujetador en la penumbra.
La poesía de una voz en el teléfono.
La poesía de una mancha de aceite en una acera.
La poesía de una anciana que se arregla el maquillaje en un espejo.
La poesía de unas manos que casi no son mías tanteando en el teclado...

Toda esta poesía que nunca cabe en un poema.

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