Un libro no se dirige a los vivos, menos aún a las generaciones futuras: quiere consolar a los muertos, hacerles justicia, otorgarles una dignidad, completar su vida -la muchedumbre de los muertos baja hacia nosotros, nos rodea por todas partes, se agolpa a nuestro alrededor y a veces consigue entrar en nosotros; nos inunda con un parloteo que puja por encontrar las palabras justas y una cadencia para que al fin pueda oírse lo que tenían que decir. Escribir es seguir sus pasos sin huellas, darles la palabra, convertirse en su amanuense. Los muertos lo necesitan, porque van errando para siempre enun sueño más grande que la noche.
Héctor Bianciotti. Sin la misericordia de Cristo
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