Desde que ejerzo la literatura, siempre he tenido que destruir a alguien para salvarme a mí mismo. Mis agresiones contra los poetas y los pintores también estaban dictadas por la necesidad de ponerme a un lado. Me moría de vergüenza sólo de pensar que algún día yo también sería un artista como ellos, que me convertiría en ciudadano de esa ridícula república de almas cándidas, un engranaje de esa máquina horrible, un miembro del clan. ¡Por nada del mundo!
Gombrowicz
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